top of page
Buscar

Viniste a la vida a ser feliz, ¡no te distraigas! ¿Enserio?



¿Has leído o escuchado alguna vez esta frase?


Estoy seguro de que sí, es una de las que más se comparten en redes sociales. Y es una frase muy bonita y es, a la vez, una condena.


Es bonita porque es importante tener presente que ser felices es parte fundamental de nuestro camino.


Y es una condena porque simplificar la vida sólo a eso es engañoso, alienante y además tiene

grandes costos.


Porque -seamos honestos- la vida está llena de momentos donde la felicidad

no parece estar cerca. Y si asumimos que nuestra tarea es ser felices, ¿qué quieren decir esos momentos? ¿qué nos reafirman? ¿en qué estamos fallando? ¿por qué la vida no nos ofrece aquello que supuestamente es nuestro derecho de nacimiento? ¿qué estamos haciendo mal?


Estoy convencido de que crear felicidad es una responsabilidad que cada uno debe asumir en la medida de lo posible. Pero más convencido estoy aún de que la felicidad es la consecuencia de una vida con sentido.


En la medida en que nos dediquemos a transitar la vida desde la mayor cercanía posible para con nosotros mismos y que nuestras acciones estén alineadas con lo que interiormente nos habita, la felicidad vendrá sola. No es algo que tengamos que buscar. Perseguirla es una trampa.


Vivir es todo. Y en ese devenir habrá momentos maravillosos -ojalá que muchos- y otros que no. Y nuestra responsabilidad es vivir todo. El desafío más grande es, de hecho, vivirlo todo.


Con consciencia, con presencia y, siempre que sea posible, alineado con ese propósito que, aunque no sepamos hoy cuál es, en algún lugar a todos nos habita.


No vinimos a la vida a ser felices. Vinimos a vivir. Y vivir es todo.


De pronto, desafiar esta creencia nos hace un poquito más livianos el recorrido, que bastante cargado ya lo tenemos de expectativas y de condicionamientos.



Ilustración: Simona Cechova/Minty/Adobe Stock

 
 
 

Commenti


bottom of page